Sobre los galgos y el «sentimiento especial» que mencionan en su descargo algunos galgueros
Publicado el 14 de noviembre de 2014
Me escribe mi amigo Javier Boracchia, El Perro Urbano, que está muy comprometido en la defensa de los galgos, comentándome que muchas personas que los maltratan usan repetidamente el argumento de que al galguear tienen un «sentimiento especial» que los demás no entienden/entendemos y que explica su manera de relacionarse y portarse con ellos. Dejan implícita la idea de que si entendiéramos ese «sentimiento especial» también entenderíamos y aceptaríamos su manera de tratar a los galgos.
El «sentimiento especial» que se tiene al ver expresar sus capacidades innatas es un argumento recurrente también de los aficionados a la tauromaquia, a las peleas de perros o a las peleas de gallos. Desde luego no es un argumento que pueda ser suficiente para permitir estas prácticas, pues el animal no puede firmar un consentimiento informado aceptando las consecuencias de sus actos, que no puede entender (son cognitivos, pero no tanto). Ese argumento llevaría a que dejásemos a nuestros hijos comer sólo caramelos durante su crecimiento, pues es lo que más desean hacer, sin embargo, como sabemos que ese deseo es dañino para ellos no permitimos que guíe su comportamiento. Cuando somos responsables de la calidad de vida de otro ser debemos actuar usando criterios de búsqueda de bienestar general en su vida y no permitir o promover la satisfacción instantánea de cualquier deseo, por autodestructivo que sea.
En el caso de los galgueros no es un argumento insuficiente, sino que, directamente, es un argumento falso. A un toro no se le puede torear sin maltratarlo, no se puede dejar pelear a perros o gallos sin riesgos para ellos, pero a un galgo sí se le puede dejar correr sin maltrato.
Galguear, que es la manera de competir de los galgos en España, en la que persiguen, sin alcanzarlas, a las liebres, no implica ni sufrimiento del perro, ni siquiera de la liebre a la que no deberían llegar a cazar (aunque un poco de estrés sí que pasan las pobres). Por ello el «sentimiento especial» o disfrute que tienen el galgo y/o quien lo ve correr no es un argumento válido para el maltrato o el sufrimiento, pues ni el maltrato, ni el sufrimiento están implícitos en la actividad de correr.
Es hermoso ver correr a un galgo y el galgo disfrutará enormemente haciéndolo, pero claro si cuando no corre bien lo ahorcan, si el tiempo que no está corriendo está atado en un patio con una cadena de cincuenta centímetros, si tener una alimentación suficiente depende de la temporada de carreras… la cosa cambia. Y no tiene que ver con el «sentimiento especial» de verle galguear, sino con que eso sea lo único que importa.
Los galgos serían felices corriendo y quienes los amamos seríamos felices viéndolo, compartimos el «sentimiento especial». Yo no puedo disfrutar de la corridas de toros o de las peleas de perros o gallos, pero sí de ver correr a los galgos. Lo que me lo impide es saber a costa de qué están corriendo, saber que cuando corran mal morirán torturados, saber que cuando no corren su vida no tiene valor. Saber que alguien ha decidido reducir su existencia al rato en el que corren.
Lo que nos separa no es el «sentimiento especial» que provoca ver correr al galgo, sino su cuidado, su bienestar y su dignidad cuando no corre. Es el robo de su derecho a la felicidad lo que nos separa.
Que no digan más que no entendemos el «sentimiento especial» de ver a un galgo corriendo, son ellos quienes no entienden que convertir lo que más aman los galgos, correr, en la excusa para maltratarlos y matarlos es de una inmoralidad triste y profundamente injusta: torturar a un animal a través de lo que más desea hacer, de aquello de lo que más podría disfrutar. Reducirles a la condición de objeto a través de una actividad que podría hacer su vida plena si fuesen cuidados y queridos el resto del tiempo es de una maldad pringosa y estúpida.
Es imposible ser más injusto y avaricioso con la naturaleza de otro ser.
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