Javier Marías: corazón tan ligero.
Publicado el 21 de junio de 2016
Javier Marías no solo es un gran escritor, sino que su traducción de El espejo del mar, de Conrad, nos ofrece un modelo de sensibilidad, delicadeza y honestidad intelectual. Apartando su forma de escribir, renunciando al protagonismo -algo siempre difícil para un autor- muestra una auténtica vocación de servicio hacia la literatura al plegarse a Conrad por completo e intentar reflejarle en cada frase, en cada palabra. Un trabajo modélico aún más por este fondo que por su logradísima forma, y que dice mejores cosas de Marías que ninguna declaración de principios expresa que pudiera hacer respecto a la literatura.
Por eso me ha resultado tan triste encontrarme con su artículo Perrolatría, en el que explica cómo los amantes de los perros hemos impuesto -de algún modo misterioso e indefinido, pero insidioso- un pensamiento único que afirma que quienes tenemos perros somos buenas personas y que, a partir de este punto de partida falso, estamos intentando abusar del resto de la sociedad. Abusos que se dedica a descalificar en su texto partiendo de los más conceptuales, pedir derechos para los animales, hasta llegar a los más mundanos, que parecen ser los que le molestan realmente, como es el permitir que los perros entren en lugares públicos.
El artículo me entristece profundamente, y no es por las trampas dialécticas, como dar a entender que los animales no pueden tener derechos porque ni piensan en ellos ni los reclaman, algo que comparten con los niños y con muchas personas con determinadas problemáticas o discapacidades, a los que -siguiendo la lógica del argumento de Marías- tendríamos que repensarnos si debiéramos otorgárselos.
No es que renuncie por completo a cualquier vocación de originalidad y se arroje en los brazos de lo fácil al recordarnos por enésima vez que Hitler amaba a los perros (le falta señalar que también era vegetariano para tener la cita completa).
No es que un autor afinado e inteligentemente económico con los adjetivos en sus libros emplee, de manera tan obvia como reveladora, la expresión “maltrato gratuito”, como si hubiera maltratos aceptables o buenos. Mal-trato, que no es la piedra Roseta.
Tampoco me apena que hable del derecho a defendernos de los animales como si no fuera una idea vacía: pues claro, como también lo tenemos si una persona (que ya tienen derechos, según tengo leído más que visto) quiere hacernos daño. Nadie ha negado eso.
Esa sensación de temor es una idea recurrente para la que busca apoyos de autoridad en el mismo Stevenson, llegando a decir que quien va acompañado de un perro lleva un arma potencial. Pero lo cierto es que conseguir que un perro haga daño a otra persona a nuestra voluntad es un proceso bastante más largo, complejo y menos exitoso que, por ejemplo, pegar en la cabeza a quien nos cae mal con un ladrillo, un tablón de madera o una lámpara metálica, atropellarle con el coche o darle a beber lejía, que también son armas potenciales. Como casi cualquier cosa. Esta afirmación no es mas que nada vestido de algo.
Todo lo anterior me molesta, porque el señor Marías tiene un gran peso específico y un volumen de lectores enorme, por lo que su artículo llegará a mucha gente, aunque no sea otra cosa que la enumeración de algunos lugares comunes -cosa que él sabe- sin más argumentos que su enjundia como autor para dotarles de peso, sin añadir nada a lo que podría decir un cuñado de pro en una charla de sobremesa con un palillo en la boca. Aunque lo diga mejor.
Empiezo a estar triste cuando me resulta obvio que este es un tema trivial para el señor Marías, que lo ha sacado a colación porque necesitaba algo de lo que escribir en su columna.
Lo primero que me entristece es que, frente a toda la honestidad intelectual que mostró en otros momentos, cuando ha tenido que cumplir un plazo de entrega ha caído en las mismas miserias intelectuales que el señor Sostres.
Descubrir que Marías se convierte en el señor Sostres cuando le va bien no es plato de gusto para mí.
Porque la maldición del articulista es la búsqueda de la brillantez momentánea, aunque sea a costa de la falta de fondo, y la única manera de asegurarla, como bien saben Javier Marías y Salvador Sostres, es escribiendo contra algo. Esa jugada siempre sale.
Y eso es lo que ha motivado su columna, no un interés mínimamente profundo. Este tema ni le iba ni le venía, pero le ha parecido divertido dar caña porque así era fácil hacer un artículo vistoso.
Al escribir sobre los derechos de los perros y la evolución de nuestra convivencia con ellos Marías solo buscaba salir del paso -con pleno conocimiento de ello- haciendo ruido en su texto. Empleando los mismos mecanismos de ser políticamente incorrecto y ofender a un grupo amplio de personas que pasábamos por allí que usaba Sostres.
Marías, por pura ligereza, por pereza intelectual, ha elegido lo que considera un grupo de botellas vacías para que hagan mucho ruido al pegarles con su palo.
Sin molestarse en buscar ninguna de nuestras motivaciones reales, igualándonos a la idea preconcebida sobre nosotros que ya tenía en su cabeza ¿para qué dedicar media hora a leer sobre los argumentos de aquellos a quienes voy a descalificar públicamente? No lo merecen.
Y esa es la peor de entre las ideas subyacentes en este artículo, que quienes defienden los derechos de los animales son inferiores al señor Marías y puede hablar sobre ellos, pero sería una perdida de tiempo y una reducción de categoría hablar con ellos. Escucharles.
Esa muestra del clasismo más despectivo es lo más triste del artículo.
Podemos clasificar de manera completamente científica a las personas en segmentos por sus niveles de ingresos, de conocimientos, de capacidades atléticas o de lugar de nacimiento. Las clases existen de manera objetiva, pero no implican el clasismo.
El clasismo es considerar que quien está en una clase diferente a la nuestra por un aspecto concreto (dinero, cultura, fama…) es por ello de condición íntegramente inferior y debemos tratarle de manera consecuente. Que es lo que hace el señor Marías.
Su displicencia, su condescendencia hacia quienes defendemos los derechos de los animales, su desinterés por conocer nuestras ideas antes de volverlas objetos de burla pública no es menos clasismo que el mostrado por los hinchas del PSV cuando tiraban monedas a las mujeres pobres que pedían limosna en la Plaza Mayor. De hecho es peor, porque lo hace por motivos económicos: para entregar y cobrar su columna.
El fondo es el mismo: divirtámonos a costa de quienes no es que no tengan razón, sino que por ser inferiores no tienen derecho a tenerla.
Por eso prefiero encontrarme con los artículos de los taurinos, que escriben peor, pero al menos defienden algo que les importa, que leer esta muestra de la peor ligereza, del más triste clasismo y matonismo intelectual por parte del señor Marías.
Muy mal rollo, tendré que releer a Marías dando voz a Conrad para recuperarle como literato. En otros aspectos no me será posible.
— Encabezando el artículo una fotografía de Javier Marias tomada de la versión digital del diario Las Provincias, del día 15 de Julio de 2014.
Deja una respuesta