Ecologismo y animalismo ¿quién hace trampa?
Publicado el 15 de junio de 2016
El otro día varias amigas reflotaron, compartiéndolo, un artículo de hace un par de años titulado “El ecologismo no debe caer en la trampa animalista”, de Javier Yanes.
El autor se preocupa de diferenciar ambos “ismos”, lo que está bien, explicando los riesgos de mezclarse, lo que empieza a estar menos bien, porque lo hace descalificando el animalismo con argumentos que creo que son falaces y no separa categorizando, como corresponde, sino afirmando la cientificidad de uno, el ecologismo, y la falta de ella del otro, el animalismo. Que parece ser que está compuesto por una patulea de iletrados que llevados por una sensibilidad patológica junto a un cierto desprecio/desconocimiento de la ciencia nos hemos puesto a querer a los animales más allá de lo que el buen juicio (de Javier Yanes) considera recomendable.
Finalmente, y de manera concordante con su exposición anterior, propone a los animalistas más extremos la muerte voluntaria como medio para asegurarse que evitan dañar a otros animales y, de paso, para causar la diversión de Darwin (y presumiblemente la suya), que así vería confirmado cómo los menos aptos, los más estúpidos puede leerse entre líneas, se extinguen y permiten que la especie humana se “limpie” de sus genes, lo que en su opinión parece ser algo muy beneficioso para el género humano. Estas ideas eugenésicas no son nuevas, sino que han “divertido” a parte de la humanidad en diferentes periodos de nuestra historia, siendo curioso lo rápido y naturalmente que da mucha gente el salto desde decidir que un grupo es estúpido a plantear que su muerte sería un bien colectivo. Pero, como decía Ende, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Así que vayamos al turrón.
En primer lugar es cierto que animalismo y ecologismo no son lo mismo ni buscan las mismas cosas y es conveniente diferenciarlos: el animalismo está centrado en individuos mientras que el ecologismo lo está en sistemas.
El animalismo se preocupa de los animales individualmente, de cada animal, mientras que el ecologismo se preocupa de todo lo que compone un ecosistema, de su conjunto: esto además de animales incluye a plantas, sustratos y otros factores con incidencia en su equilibrio.
Estas diferentes fuentes de preocupación hacen que animalismo y ecologismo no tengan demasiado que ver en su fondo y que haya momentos de choque entre ambas militancias, como bien sé al ser animalista (primero) y ecologista (justo después, en una llegada a meta apretada y necesitada de foto finish).
Casos como la gestión de las especies invasoras, animales o plantas que son introducidos en un ecosistema al que no pertenecen y que afectan al equilibrio de dicho sistema y a la viabilidad futura de alguna de las especies que lo componen, son paradigmáticos de esta diferencia en los enfoques: la opción ecologista, centrada en mantener el equilibrio, propone eliminarlas, mientras que desde el animalismo, centrado en los individuos, esta opción es inaceptable cuando hablamos de animales y no de plantas, y se propone que se retiren y sean cuidados en centros destinados a ello o devueltos a su ambiente.
Esta opción es contestada por muchos ecologistas como económicamente inviable desde una visión de Realpolitik, con lo que parecen ser muy razonables, pero lo cierto es que eso es lo mismo que les dicen a ellos quienes quieren explotar los recursos de un ecosistema y consideran que su conservación es un carísimo e inasumible idealismo.
No parece muy justo ese doble rasero, más bien parece que la pérdida de beneficio económico o incluso la inversión que cuadra con sus aspiraciones les parece estupenda, y la que no cuadra pues… no. Claro, como a todos.
Y aquí es donde empieza el problema. Como digo, es bueno y necesario diferenciar entre animalismo y ecologismo. Y es razonable que, cuando ambas opciones entren en conflicto, cada militancia defienda su opción y la argumente, pero descalificar al otro de manera condescendiente y paternalista creo que no está justificado a nivel conceptual (y si lo estuviera me seguiría pareciendo una actitud repugnantemente patricia).
La verdad es que en animalismo estamos un poco saturados de la falacia del hombre de paja, retratar algo de manera ridícula para darle solidez a la crítica sobre sus argumentos, que es básicamente la estrategia del autor, junto con unos ramalazos de argumentación de autoridad que pueden hacer el artículo antipático en alguna de sus partes a quienes más cariño sientan por la ciencia y menos por los sofistas.
Pero la trampa argumental está en decir que el ecologismo nació en la ciencia y el animalismo no, y que, no sé si consecuentemente con esta primera premisa, el ecologismo es militancia científica y el animalismo no. Esto no es cierto.
El ecologismo nace del estudio de la ecología, que aporta conocimientos sobre lo frágil de su equilibrio y de lo influyente de la intervención humana sobre él. Nace del deseo de minimizar nuestro impacto negativo sobre los diferentes ecosistemas.
El animalismo nace de la biología y de la ciencia del comportamiento, que aporta conocimientos sobre la capacidad de sentir dolor y sufrimiento de los animales. Nace del deseo de minimizar nuestro impacto negativo sobre los diferentes individuos capaces de sufrir.
Así pues, ambos nacen de conocimientos científicos, que nos hacen conscientes de que tenemos un efecto objetivo, sobre el ecosistema en un caso y sobre los individuos en el otro. Un efecto que en ambos casos creemos que podríamos minimizar y/o modificar de manera deseable a través de cambios en nuestra manera de gestionar la interactuación con ellos.
Se critica que la lucha animalista es más jurídica y filosófica, lo que es una argucia para colocar nuestros argumentos en manos de disciplinas no estrictamente científicas, porque todos sabemos que la legislación es el campo de batalla en el que se consiguen las victorias, o se sufren las derrotas, en cualquier militancia: lograr leyes que regulen en un sentido deseado nuestra relación con ecosistemas o animales es la única manera de avanzar, por lo que es un campo igualmente relevante para ambas disciplinas.
Puede sonar extraña la demanda de que los animales sean reconocidos como sujetos con derechos, porque todo lenguaje que parezca incluirnos en el mismo saco que a otros animales siempre ha generado tensión a quienes tienen una visión muy antropocéntrica del mundo, visión que, por supuesto, no es científica en absoluto, algo que hemos sufrido repetidamente en el estudio objetivo de las capacidades cognitivas y emocionales de los animales, entre ellas del sufrimiento.
La petición de derechos para los animales no es diferente en su fondo legislativo a la concesión de protección especial que reciben determinados ecosistemas: ambas medidas buscan reconocer el valor intrínseco de la figura defendida para que su amparo y cuidado no sea una concesión graciosa, sino algo inherente a su condición, de individuo sintiente en el caso de los animales, de ecosistema frágil y valioso en el caso del ecologismo.
La ciencia nutre por igual a ecologismo y animalismo, la legislación es un frente igualmente importante para ambos. Al menos en su base conceptual: la ciencia nos muestra que las personas causamos un impacto objetivo sobre un tercero, sea un ecosistema o un animal individual. Pero ¡ojo! Que la ciencia no dice que eso sea necesariamente malo, solo nos dice que es así.
Es la apelación a los extremistas, a ese conveniente hombre de paja, lo que lleva a la consideración de que el animalismo es más filosófico y subjetivo, mientras que el ecologismo es más científico y objetivo. Esta consideración nace y se sostiene únicamente colocando a extremistas desinformados de un lado frente a los más sesudos e informados del otro. Si yo tomo como hombre de paja de los ecologistas a un abrazárboles la cosa de la objetividad y la ciencia no furula igual en la comparación.
Y es que ambas militancias, en sus extremos, se pueden volver ridículas a la vista (lo que, por cierto, no implicaría falta de razón per se), y es injusto mostrar sólo a una en esa situación: yo podría imaginar perfectamente a los ecologistas matando a las iguanas -como Groening lo imaginó con los pingüinos- que llegaban a las Galápagos en troncos flotantes por ser una especie invasora, o exigiendo el abandono total de los plásticos y los combustibles fósiles, recomendando a la humanidad volver a las cuevas para no impactar al medio ambiente con su existencia. Es el mismo tipo de reducción al absurdo que tan graciosa le parece al autor del artículo aplicada a los animalistas, y también para alguien podría ser cómico que esos ecologistas ridículos (pero no por ello necesariamente equivocados, reitero) se apartasen del resto de la humanidad y se extinguieran. Para mí no, pero chico, es que los animalistas “semos asín de moñardakos”.
Desde luego tildar de New Age al animalismo (más ridículo), cuando la historia nos muestra que precisamente el ecologismo (más ridículo) se volvió progresivamente uno de los puntales del New Age parece cuando menos tramposo. Y señalo nuevamente que algo puede resultar ridículo y tener razón.
Lo cierto es que en los casos más obvios todos parecemos muy razonables, y la opinión pública es bastante afín a ambas ideologías: talar el amazonas, un pulmón para la humanidad, para poner plantaciones de caucho nos parece una salvajada. Pero igual nos lo parece el Toro de la Vega o, en general, la tauromaquia, que se ve desde fuera como un atroz sinsentido: hacer sufrir largamente con el único objetivo de pasar el rato.
Pero no todo es tan obvio, podría afirmarse que el deseo de conservar determinadas especies o ecosistemas a toda costa es tan filosófico y subjetivo como determinadas elecciones animalistas, y que puede ser objetado como una interferencia evolutiva, puesto que los ecosistemas siempre han cambiado y las especies siempre han sufrido procesos de extinción cuando no se adaptaban a estos cambios, que en muchos casos eran causados por el impacto de otras especies particularmente hábiles para adaptar el ecosistema original a sus necesidades. Algo en lo que el hombre destaca, pero también, por ejemplo, los castores.
La verdad es que la conservación de algunas especies y sistemas no parece tener incidencia en la viabilidad del planeta, mientras que otros sí, y la obcecación en que los todos los ecosistemas se mantengan podría ser atacado como un museísmo estéril, una búsqueda de estatizar lo que es por naturaleza dinámico.
Por tanto entendamos que ecologismo y animalismo son dos movimientos diferentes, con una base equivalente de conocimientos objetivos y unos desarrollos que mezclan filosofía y creencias a los hechos científicos para determinar una línea de actuación que se considera correcta.
Esta línea de acción en ambos casos tendrá algunos puntos muy cercanos a la ciencia de la que parte, mientras que en otros sus cimientos serán, y es bueno que lo sean, creencias sobre lo que es correcto e incorrecto hacer, sobre cómo debe organizarse nuestra relación y nuestro impacto con los ecosistemas y con los animales.
Ni el ecologismo ni el animalismo hacen trampa, pero algunos ecologistas y algunos animalistas sí.
Como Javier Yanes en su artículo 😉
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