Los osos no tocan la trompeta.
Publicado el 5 de julio de 2015
Recientemente me han invitado a ser parte de un ambicioso proyecto de investigación internacional referido a cómo facilitar a los perros el aprendizaje y realización de sus tareas de ayuda a las personas, también se busca evaluar de manera objetiva la incidencia directa que tiene la forma de entrenarlos y el entrenamiento en general en su calidad de vida.
Lo primero que se me pidió como especialista es que preparase un informe explicando cómo beneficiaría el proyecto a los perros como especie y a los sujetos experimentales como individuos. Esta investigación no es invasiva, pero eso no basta: para que sea admisible y pueda encontrar financiación debo demostrar que los perros se beneficiarán con ella. Y no solo en el largo plazo, no vale que se pueda dañar a algunos individuos para conseguir un bien común posterior, sino que, para ser aceptable, todo perro que participe debe conseguir algún beneficio y no sufrir en absoluto durante el desarrollo del trabajo.
Cuando un oso (una osa) baila y toca la trompeta en un programa televisivo, como ha sucedido en “Vaya fauna” se está haciendo mucho daño a los animales, a las personas que lo ven, a los entrenadores de animales y a quienes luchan por ellos.
Es evidente que la especie no se ve beneficiada sino perjudicada por ser mostrada de esta manera, enseñar cómo realiza una conducta antinatural que no le es propia resulta antieducativo para quien lo ve de buena fe, que deformará su idea sobre los osos. Resulta degradante en su aspecto más literal: bajar de grado, es decir, en lugar de mostrar qué es un oso y cómo se comporta se le rebaja a ser únicamente un objeto de diversión para las personas. Ese es el sentido final de que un oso (una osa) toque la trompeta en un plató de televisión, no existe otro.
Porque tocar la trompeta en un plató de televisión tampoco le aporta beneficios al oso (a la osa), es un entrenamiento que no mejora su calidad de vida ni su capacidad para gestionar el entorno de manera saludable, sino todo lo contrario. Los únicos beneficios son para quien lo ha entrenado y lo explota comercialmente, por ello objetualiza al oso (a la osa) y le da la categoría exclusiva de mercancía.
En unos minutos de ligereza y frivolidad se retrasa décadas el conocimiento de los animales, la labor de quienes enseñan a respetarlos desaparece barrida por el horario de máxima audiencia. Y el oso (la osa) que toca la trompeta le recuerda a una señora famosa a Winnie the Pooh y en ese momento las charlas en escuelas, las entrevistas en programas minoritarios, el trabajo de los voluntarios con animales recuperados… se pierden, como si nunca hubieran existido. Y hay que empezar a construirlo todo de nuevo usando los escombros que la televisión nos ha dejado con su golpe de gigante bobo, escudándose en que no pueden medir ni su fuerza, ni su ignorancia (pero en realidad sí pueden y es su responsabilidad hacerlo, pero no les importa). Y Dian Fossey sigue muerta, y su vida solo habrá servido para que los mismos que hacen estos programas hagan una película de llorar mucho y nos la vendan.
Además se muestra a los entrenadores en un ejercicio desaprensivo del poder que implica tener conocimientos y técnicas para lograr algo, desvinculando lo que se puede hacer de lo que se debe hacer. Esto es igual que si un médico nos mostrase en televisión a una persona a la que le ha injertado seis brazos o le han puesto los ojos en la nuca como una graciosa muestra de lo que puede conseguir la ciencia médica (pero con anestesia y premios, no le ha dolido y ahora le invitamos a comer todos los días).
Como era razonable, entre quienes tenemos alguna vinculación con los animales se ha generado una fuerte reacción de protesta. Sin embargo varios entrenadores han suavizado el hecho o han tildado de radicales y desinformados a quienes acusaban a este programa de maltrato, sugiriendo que estas son acusaciones sensibleras motivadas por el desconocimiento.
Y el principal argumento de estos entrenadores que relativizaban el problema era que este animal en concreto u otros animales salvajes podían entrenarse de manera “positiva y amable” para realizar estas conductas en el plató de una televisión y no necesariamente con técnicas brutales y crueles, y por ello era aceptable.
Pero esta afirmación, en el mejor de los casos es una media verdad, que como es sabido es el peor tipo de mentira.
Dejaré aparte el hecho de que la práctica totalidad de animales salvajes que se usan en cine, publicidad o similares se entrenan parcial o totalmente con técnicas brutales que causan miedo y/o dolor, pues aunque tengo una plena convicción de que es así debido a mi conocimiento y experiencia, resulta indemostrable y me gusta hablar sobre lo que puede probarse.
Partiré pues de la premisa de que se haya entrenado al oso (a la osa) sin miedo ni dolor.
Si quien nos da de comer nos exigiese un baile ininteligible e incómodo, propio de la fisiología de otra especie, antes de cada bocado ¿nos parecería algo positivo?
Si quien amamos ha creado ese afecto en nosotros para mercantilizarlo, distribuyéndonos el suyo solo cuando le causa beneficio económico ¿sería algo positivo?
Si quien controla nuestras vidas nos lleva sistemáticamente a lugares donde estamos incómodos y estresados ¿sería algo positivo?
Si nos hacen vivir encerrados, excepto cuando debemos realizar conductas que benefician a quien nos mantiene cautivos ¿sería algo positivo?
Si nos hacen comportarnos de manera que se le robe la dignidad a nuestra especie, a nuestra condición de seres humanos, pero siempre a cambio de premios ¿sería algo positivo?
Si todo lo que necesitamos y valoramos: comida, descanso, afecto… se ha estructurado de tal manera que su función principal, casi única, sea explotarnos comercialmente, haciendo de nuestras vidas un “Show de Truman”, pero en un escenario extraño e inquietante para nosotros ¿sería algo positivo?
No hace falta apelar al miedo y a la violencia, aunque hayan existido, para saber que está mal llevar un oso (a una osa) a tocar la trompeta a un programa de televisión.
Porque aprender a tocar la trompeta a cambio de seguir comiendo un día más no beneficia al oso (a la osa).
Porque estar en un plató de televisión tocando la trompeta no es bueno para el oso (para la osa), para los osos, ni para el público que lo ve. Y desmonta en minutos años del lento trabajo de quienes enseñan cómo son los animales realmente y cómo debemos relacionarnos con ellos.
Porque que los profesionales del entrenamiento aceptemos entrenar o justifiquemos el entrenamiento de un oso (una osa) para tocar la trompeta en base a cómo se ha enseñado solo puede explicarse desde una cortedad de miras absoluta o desde un cinismo repugnante.
Porque no solo los medios para entrenar a un animal pueden ser inaceptables, sino también los fines del entrenamiento. Si nos parece que entrenar a los animales para cualquier cosa es válido siempre que no haya dolor ni miedo somos parte del problema y no de la solución.
Y si los entrenadores no entienden, no entendemos, estas premisas, si no sabemos regularnos desde dentro, al final se hará necesario que nos limiten desde fuera.
Porque los osos no tocan la trompeta.
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