Se llamaba Excálibur
Publicado el 16 de octubre de 2014
Hace unos días publiqué una nota sobre el sacrificio de Excálibur, el perro de la auxiliar de enfermería contagiada del ébola, desde entonces he recibido muchos mensajes recriminándomelo (aunque muchos más de apoyo).
El tono de estas críticas era muy variado pero coincidían tanto en la manera de referirse a Excálibur, nadie usó su nombre y siempre se refirieron a “un perro”, como en los argumentos usados para descalificar mi opinión, que eran:
1. Resulta hipócrita o estúpido y es un desperdicio de “energía solidaria” preocuparse por la vida de “un perro” (se llamaba Excálibur) cuando muere mucha gente de ébola en África.
2. Es ilógico y peligroso mantener vivo a “un perro” (se llamaba Excálibur) cuyo sacrificio podía disminuir, por mínimamente que fuera, el riesgo de expansión del ébola.
Me gusta responder a todos quienes me escriben, en este caso lo haré públicamente con esta nota.
Los argumentos que dais no valen, no es que no los comparta o tenga otros mejores, es que son falsos.
El primero usa la trampa de absolutizar la solidaridad: quien no se ha movido por los muertos de ébola no tiene derecho a protestar por la muerte de “un perro” (se llamaba Excálibur). Pero el hilo de este argumento es infinito: quienes se han levantado por los muertos del ébola antes deberían haber pensado en quienes mueren de SIDA, pues son más, y quienes lo hicieron tampoco se salvan, muere más gente de hambre y esos hubieran debido preocuparles en primer lugar…
Así, deberíamos “invertir” nuestra preocupación y apoyo según una lista de gravedad, y quienes no siguen esa jerarquía actúan con ligereza. Con este argumento nadie da la talla para alzar la voz. El mensaje de fondo es que cualquier activismo es hipócrita y está injustificado, que no tenemos derecho a protestar por nada porque no lo hacemos por todo. Falso.
La realidad es que protestamos primero por lo más cercano a nosotros y por lo que creemos –creíamos- que podemos cambiar. Siempre es así. Y así es como debe ser, pues no solo es lo más humano, sino que es lo más útil porque permite que todos los que son tratados con injusticia tengan algún apoyo, alguien que les preste su fuerza. Y ningún animal no humano tiene voz propia, todos los que son abusados nos necesitan para hablar por ellos. Me acompañan en mi vida y en mi trabajo, me he dedicado a entenderlos y no admito que haya que dejarlos solos hasta que el ultimo ser humano sea feliz.
Además, la solidaridad no es una economía de fichas, donde debas preocuparte de invertir bien lo poco que tienes. Porque no se gasta: cuanto más das, más queda. La solidaridad se ensancha y se hace más fuerte con el uso. Quien se preocupa por Excálibur esta ampliando su corazón, entrenándolo, para entender y apoyar a todos quienes sufren.
El segundo argumento es peor, porque sacrificar a “un perro” (se llamaba Excálibur) para evitar riesgos a las personas no es lo que se ha hecho. No se ha seguido el criterio, mínimamente lógico, de “por si acaso”, sino el completamente anticientífico de “daño no va a hacer”. No es el argumento de la ciencia para evitar riesgos que ha sido llevado al extremo, pues con el perro aislado en su vivienda el riesgo era estable y se podía preparar una actuación adecuada, es el argumento de la peor pseudociencia, usado para vender remedios milagrosos y falsos a los desesperados. A quienes creen que se ha actuado con precaución científica les han vendido un frasco de crecepelo, esa es la verdad. Este segundo argumento también es falso.
Lo que ha sucedido es un acto vacío de sentido y utilidad, realizado exclusivamente para interpretar, con gestos teatrales, la firmeza y el criterio técnico que siempre han estado ausentes en la gestión de este problema.
No era “un perro”, le han robado la vida pero no dejaremos que le roben el nombre, se llamaba Excálibur, tenía doce años, una familia que le quería, un lugar donde vivir y esperar y su muerte es injustificable.
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