Patricia MacConnell: rompiendo la campana de cristal.
Publicado el 21 de septiembre de 2015
«En esto consiste estar completo. Es horrible»
El pasado fin de semana EDUCAN patrocinó y prestó su estructura técnica para que todo el mundo pudiera acudir on-line y en directo a la presentación del libro “El amor no tiene edad” en castellano (Dogalia 2015) de Patricia MacConell y a la posterior charla para/con entrenadores.
Patricia tiene una de las visiones más amplias y profundas que se pueden encontrar en el mundo del perro, tanto por su doble condición de científica y entrenadora, como por su inteligencia, sentido del humor y experiencia.
Este fin de semana, además de todo lo prometido nos ofreció un regalo inesperado y muy necesario.
Rompió, e insistió en la necesidad de que rompamos, varias de las paredes de cristal que suponen el principal impedimento para que nuestra disciplina avance de manera colectiva.
Los entrenadores tendemos a unirnos por nuestro enfoque sobre cómo trabajar con perros y poco a poco vamos creando paredes de cristal que nos permiten ver lo que hacen otros compañeros, también en su jaula invisible, pero imposibilitan el contacto. Nos definimos y luchamos más fácilmente por lo que nos separa que por lo que tenemos en común. Mala cosa, muy mala cosa.
Así, encerrados sin demasiada consciencia de ello en nuestras campanas de cristal, empezamos a respirar una y otra vez el mismo aire, las mismas premisas, los mismos axiomas que a fuerza de repetición nos intoxican y se convierten en dogmas que, por científicos o éticos que fueran en su origen, nos envenenan y nos castran.
Porque ni en ciencia ni en ética exista nada más nocivo que dar la verdad por cerrada con lo ya conocido/creído y dejar de debatir de buena fe con quienes piensan de manera diferente. En entrenamiento, además, esta manera de actuar impide el avance de los resultados prácticos y se termina culpando de nuestras limitaciones a los propietarios, a los otros entrenadores o a… la televisión. Pero es el encierro mental endogámico y tristísimo el que causa la mayoría de nuestros fracasos y el que nos limita. Siempre y en todos los casos.
La semana pasada el sapientísimo Roger Abrantes dio un seminario en Madrid, cuando modeló con la correa a un cachorro inseguro para ayudarle a vencer su miedo, “forzándole” suavísimamente a moverse muchos de los asistentes se sintieron incómodos y violentados ¿Por qué?
Patricia contó que en una charla habló de corregir a un perro (de una manera amable, solo interponiendo su cuerpo) y varios de los entrenadores presentes, considerando que esto era inaceptable, se marcharon.
Y nos dijo: “que tengan buen viaje.”
Afirmó que uno de los problemas más graves que tenemos es que algunos entrenadores muestran actitudes sectarias, puso varios ejemplos, el primero de ellos, ilustrado por los dos ejemplos de Abrantes y de su charla, son los de quienes solo quieren usar reforzamiento positivo, y deshechan todas las demás herramientas, por respetuosas o eficaces que resulten, como la interposición de Patricia o el modelado de Abrantes, el BAT, el CAT, el trabajo de no tirar de la correa con arneses… que usan reforzamiento negativo, pero mejorando el estado emocional del perro.
También existen en los EE.UU. quienes piensan que sólo es válido un entrenamiento usando el clicker y el moldeado libre -pese al potencial estrés y sufrimiento que esta forma de trabajo puede suponer- la consideran la única ética/correcta. Siendo sospechoso ante ellos de mala praxis incluso el que emplea luring, algo sobre lo que hablé en este artículo.
Pero no atacaba el clicker, sino la actitud cerrada, porque tampoco está de acuerdo con algunos cognitivos de peso de los EE.UU. que consideran al clicker una herramienta del pasado que debe ser desterrada de un adiestramiento ético y moderno. Afirmó que lo usaba con sus perros, pero únicamente para enseñarle habilidades (el eufemismo con el que hemos traducido al castellano la palabra “tricks”, “trucos”, como si tuviera algo de malo), porque al no poder conseguirse de una vez el moldeado, pudiendo marcar el momento exacto de avance, es la mejor opción, pero que jamás se le ocurriría usarlo para un sentado o alguna otra acción que pueda conseguirse con más sencillez (justamente, por cierto, la misma postura que expuse y defendí en mi artículo “Click or think?” 😉 ).
Afirmó contundentemente también la necesidad de salir del discurso conductista radical, que es frecuente en el entrenamiento, incorporando los conocimientos de otras ciencias del comportamiento, como la etología (de la que procede ella misma), la neurología, la ciencia cognitiva… Pero sin descartar ni condenar a la hoguera a los buenos recursos técnicos que el conductismo nos aporta y que son necesarios, pero no suficientes, para la praxis ética y eficaz.
Incluso expuso la posibilidad de remitir a un cliente completamente “cerrado” a nuestra visión del entrenamiento a otros profesionales que tengan otra óptica diferente para que perro y persona puedan ser ayudados. Esto me pareció fantástico, generoso e inteligente: si alguien es incapaz de entender y asumir nuestra manera de entender la intervención en el comportamiento no tendrá adherencia a los tratamientos y no tiene sentido querer “convertirle”. Lo mejor será remitirle a un entrenador competente con el que pueda compartir su enfoque para que, finalmente, aunque no sea como nosotros consideremos mejor, perro y persona puedan ser ayudados y mejoren su convivencia. No se trata de nuestro karma, se trata de la vida de un perro.
Así de repente, solo con sus palabras, en la sala se iban derribando sin sonido ni violencia la barreras invisibles que demasiadas veces separan a positivos de tradicionales, a cognitivos de conductistas, a moldeadores de modeladores y luringeros…
Y solo fue quedando la idea de entrenadores, de educadores, que pese a sus diferentes orígenes y bagajes tenemos en común lo más importante: queremos ayudar a perros y personas a entenderse, a convivir.
Y se respiraba mejor.
«No seas mezquino: estoy preparada para la enormidad.
Sentémonos a su vera, uno a cada lado, admirando el fulgor»
NOTA: Ambas citas son de Ariel, de Sylvia Plath, en la edición bilingüe de Hiperión, maravillosamente traducida por Ramón Buenaventura. Ojalá Sylvia hubiera encontrado su Patricia MacConnell 🙁 🙁
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